¡Yo también fui de la Mafia!: La historia del mafioso frank Sinatra y del asesinato de Marilyn Monroe

El encuentro con Alex Zara, el manager de Xavier Cugat 'el viejo', que nos hace sumergirnos en la verdadera Mafia americana.

27 de Mayo de 2019
¡Yo también fui de la Mafia!: La historia del mafioso frank Sinatra y del asesinato de Marilyn Monroe
¡Yo también fui de la Mafia!: La historia del mafioso frank Sinatra y del asesinato de Marilyn Monroe

Quiero recordar que fue en el año 2013, cuando nos cruzamos en Sant Boi del Llobregat.

Nos presentaron, y me hizo saber que había escrito una autobiografía; naturalmente, me interesé por su obra.

He de deciros que me quedé impresionado; estaba ante un personaje vinculado a “la Cosa Nostra”, a la verdadera Mafia americana: la de los Sinatra y el clan de los Kennedy. Todo ello, por su relación profesional con Xavier Cugat, "El Viejo", como lo llamaba él, lo que le llevó a ser un miembro más de la Mafia. “Fui el manager del maestro”.

Así se titula su libro “Yo también fui de la Mafia”. Lo conocí como Alex Zara, autor, cantante y compositor, aunque su verdadero nombre era José Zaragoza.

Ésta es su historia.

Todo empezó el 13 de febrero de 1982 —me acuerdo perfectamente del día, lo tengo grabado a fuego en mi memoria—cuando, charlando con mi amigo Julián, se me ocurrió que sería un puntazo organizar un concierto de Frank Sinatra en España. Sólo había un pequeño problema; necesitaba algún contacto de peso. Alguien que me allanara el camino. Alguien que pudiera llamar a Sinatra en persona y decirle; “Oye, Frank, conozco a un chiflado que quiere que actúes en España. Escúchale por lo menos”. Y ese alguien estaba a mi alcance. Xavier Cugat estaba en Barcelona y se alojaba en el Ritz, como siempre. Era justo lo que yo necesitaba; un mito viviente que conocía a otro mito. Entre otras cosas, porque lo había descubierto él mismo. Sin la ayuda de Cugat, probablemente Sinatra no habría pasado de ser un cantante flacucho más de los muchos que merodeaban por los locales de New Jersey.

Contactar con Cugat no fue difícil. Simplemente, le llamé por teléfono a la habitación del Ritz, se puso al teléfono y le disparé a bocajarro que quería proponerle un negocio en el que su mediación era indispensable. Amablemente, me pidió que le explicara de qué se trataba. Contesté que prefería contárselo cara a cara, a lo que accedió, y a las siete de la tarde me presenté en la habitación 306 del Hotel Ritz con la convicción de que aquel tenía que ser uno de los días más importantes de toda mi vida.

El Viejo me recibió con una atención exquisita tratándose de un desconocido. La simpatía era su forma de ser habitual. Formaba parte del personaje, podríamos decir. Al cabo del tiempo descubrí que también era capaz de los mayores cabreos, pero era la excepción. Me invitó a sentarme y me preguntó de dónde era, ya que le daba la impresión de que era un extranjero. Entonces no entendí el motivo, y aún a fecha de hoy tampoco, así que no me pregunten por qué-. Quizá fuera por mi altura—soy de esos que tienen problemas con los techos bajos—o por mi acento. Creí conveniente aclararle que había nacido en Reus, provincia de Tarragona, a lo que me replicó que él había nacido en Gerona, con lo cual quedó bien sentado que ambos éramos catalanes, por lo menos de origen en su caso. Pero yo necesitaba algo más que eso para lograr su complicidad, y lo conseguí de la manera más tonta; comentándole que había venido al mundo prácticamente a las doce de la noche del 31 de diciembre de 1949.

Cugat sonrió abiertamente y dijo;

—¡Caramba, usted viene a tomarme el relevo, pues yo nací con el siglo, en 1900, y usted en la mitad! Evidentemente, esta casualidad hay que celebrarla con algún business soñado, ¿no cree? Vamos, dígame de que se trata eso tan importante que no podía comentarme por teléfono.

Tragué saliva y me lancé a explicarle el proyecto. El Viejo empezó escuchando atentamente, pero luego le cambió la cara y casi no me dejó terminar la explicación. Visiblemente molesto, me replicó;

—¡Usted debe de estar loco, porque yo he intentado mil veces que Sinatra viniera a España, incluso para la inauguración del Casino de Ibiza, y jamás lo he conseguido! ¡Y eso que puedo presumir de ser un buen amigo suyo! Ahora imagínese que le llamo y le hablo de usted, a quién no conoce de nada. No hace falta que lo intente, porque ni con todo el oro del mundo lo conseguiría. Así que, si no tiene nada más que decirme, ya se puede ir.

Tras esta contundente respuesta que me hacía desistir de mi sueño antes de ponerlo en práctica, fui incapaz de morderme la lengua. Es más, salté como si hubiere tenido un muelle bajo el culo.

—De acuerdo, señor Cugat. Quedo encantado de haberle conocido. Y muchas gracias por la amabilidad que no ha tenido en atenderme.

Ya estaba cerrando la puerta de la suite cuando Cugat se levantó y me reclamó de nuevo.

—Venga, siéntese otra vez, por favor. ¿Tiene algo que hacer ahora mismo?

Le respondí que no y me invitó a que tomara una copa. Mientras yo sorbía mi güisqui, él me observaba con ojos de gato al acecho. Al final me dijo;

—Bueno, señor Zara…Y, aparte de esa locura. ¿no se le ocurre otro negocio que podamos realizar los dos?

Y así fue, como ambos nos metimos en una aventura, hacer un film y yo sería el encargado de componer la música, pero lo que no me esperaba fue que Cugat me pidiera 6 millones de pesetas por dirigir la película. Lejos de abandonar, conseguí el dinero y pudimos llevar a cabo el trabajo.

Sete Molas fue la protagonista de la obra y su padre, residente en Vic, quién financió la película o más bien quién depositó los seis millones de pesetas. Me acuerdo perfectamente de nuestra primera comida juntos. Fuimos al restaurante con el legendario Rolls Royce de “Cugui”, así era como yo llamaba al Viejo. Tengo que decir que aluciné bastante. Y la conversación posterior no hizo sino aumentar mi euforia. Al cabo de pocos minutos nuestro grado de confianza mutua había subido como la espuma; parecía como si nos conociéramos desde siempre. Como remate final, el Viejo me propuso que fuera su manager para el resto de su vida. Me ofrecería un sueldo mensual más porcentajes de los negocios que lograra impulsar. Puse cara de póquer y le pedí una semana de plazo para pensármelo, aunque por dentro daba saltos de júbilo y no me planteé ni por asomo meditar la propuesta más allá de quince segundos; rechazar la ocasión de ser el mánager de Xavier Cugat era un lujo que no me podía permitir dejarlo pasar.

Al volver a casa me puse a componer la canción para la niña de la película. A los tres días la terminé y la grabé en un estudio con la orquesta del Liceo de Barcelona. Raudo como una flecha, me presenté en el Ritz con una copia e invité a Cugat a escucharla. Tranquilamente el Viejo cerró los ojos mientras con la mano derecha hacía como si dirigiese la orquesta. Cuando la canción finalizó se puso muy serio y me dijo:

—¡Es maravillosa! Se la voy a enviar a Frank Sinatra para que la escuche.

Me preguntó cómo había titulado la canción y le respondí que “Una rosa al viento”.

Xavier Cugat no sólo fabricó mujeres. También descubrió talentos masculinos.

En realidad, él mismo afirmaba que, aunque era famoso por sus creaciones femeninas, lo cierto era que había catapultado a la fama a un número superior de hombres. Entre los más conocidos se podría citar a Dean Martin (“un joven guapo que desafinaba bastante, y siempre desafinó, como decía Cugui”), el cómico Jerry Lewis y el incomensurable Frank Sinatra. Visto en perspectiva, parece como si Cugat se hubiera inventado a los integrantes básicos del que, posteriormente, sería conocido como el clan Sinatra, el imperio que dominó - y durante muchas décadas estuvo dominando - el cotarro en Las Vegas.

También Sinatra surgió prácticamente de la nada de la mano de Xavier Cugat. Fue El Viejo quién se fijó en él cuando lo oyó cantar en el programa de radio Major Bowes and bis amateur bour, que la emisora NBC emitía en directo desde el Capitol Theater de Nueva York. Quién sabe... si no hubiera sido por Cugui, tal vez nadie habría sabido apreciar el talento de aquel jovencito esmirriado de origen italiano. Cugat fue a buscar a Sinatra y le pagó 100 dólares —una auténtica fortuna para un joven de 19 años, eso ocurrió en 1935— por grabar dos canciones con su orquesta.

La Voz grabó su primer disco a las órdenes de Cugui —My shawl, cuya melodía está basada en la pieza tradicional catalana La Mare de Deu, según Cugat— y éste siempre fue un referente en su vida. La experiencia del maestro del ritmo latino, basada en la diferencia de edad (Cugat tenía 15 años más que Sinatra y, por aquel entonces, ya se había pateado medio mundo), se convirtió en una excelente guía para labrar el brillante futuro de Frank Sinatra.

El cantante era de origen bastante humilde. Sus abuelos eran sicilianos que habían emigrado a América, pero sus padres ya habían nacido allí y él prácticamente no hablaba ni una palabra de italiano. Las pocas expresiones sicilianas que conocía únicamente las empleaba cuando hablaba con la Mafia, lo cual le era muy útil para que los integrantes de la Cosa Nostra le consideraran uno de los suyos.

La mala vida no solamente acabó con el primer matrimonio de Frank Sinatra—Nancy anunció que se separaba de él el Día de San Valentín de 1950—, sino también, aunque temporalmente, con su bien más preciado; su mágica voz. La garganta de Sinatra pasó por  muy malos momentos, y todos los intentos del cantante por volver a los escenarios y deleitar a su público se convirtieron en auténticos fiascos. El nivel máximo de la crisis tuvo lugar en marzo de 1950, cuando Sinatra fue contratado para actuar en el local Copacabana de Nueva York, después de cinco años sin actuar en un local nocturno. A Sinatra le pesó en exceso la responsabilidad, la inseguridad y el miedo al fracaso, y compareció ante el público atiborrado de pastillas. No pasó de la primera canción antes de enmudecer definitivamente y despedirse de la sorprendida concurrencia susurrando un débil “buenas noches” con un hilo de voz. Al cabo de unos días, se le diagnosticó una hemorragia submucal en la garganta y tuvo que seguir un duro tratamiento para curarse de la afección. Su afición a tomar pastillas le dio en aquellos tiempos más de un susto, e incluso ingirió alguna sobredosis durante los momentos más críticos de su relación con Ava Gardner.

Nancy Barbato logró la nulidad de su matrimonio con Sinatra por crueldad mental en octubre de 1951 e, inmediatamente, el cantante se casó con Ava Gardner. (Por cierto, durante su luna de miel se alojaron en el Hotel Nacional de La Habana, propiedad de la Mafia, aseguraba Cugat). No duraron mucho como pareja. Se peleaban continuamente, daba igual si era en estado sobrio o en medio de una borrachera. Al final ambos perdieron la pelea por abandono y se separaron en octubre de 1953, en vísperas de cumplirse el segundo aniversario de su boda.

Próximo capítulo: Marilyn Monroe y el clan Sinatra, una historia muy peligrosa.