Mi hija no lo creía. Decía que íbamos a lograr que creciera. Después de alimentarlo, le hacíamos masajes en el vientre. Usábamos un hisopo para estimular su ano y ayudarlo a defecar.
Y también le limpiábamos el trasero. Después de comer, el cachorro se quedaba dormido. Cada dos horas le dábamos leche. Por suerte, logró sobrevivir.
Catorce días después, finalmente abrió los ojos. Dormía profundamente en brazos de mi hija. Siempre que comía, se dormía. Y cuando se despertaba, empezaba a llorar.
Aún no sabía caminar. Pero con el estímulo de mi hija, comenzó a intentarlo. Siempre estaban juntos. El cachorro parecía considerar a mi hija como su mamá.
Con el cuidado de mi hija, el cachorro creció. Dondequiera que vaya mi hija, el cachorro la sigue. Mi hija se encarga de que duerma todas las noches.
Cada mañana, mi hija le pone ropa. Dice que lo cuidará para siempre, y parece que él lo sabe. En sus ojos, solo existe ella.