El pobre perro sufría malestar estomacal y estaba infestado de pulgas. Ya casi no podía mantenerse en pie por sí mismo. Sin embargo, la madre adoptiva la visitaba todos los días, trayendo un rayo de esperanza a su vida. El simple acto de cuidado y atención trajo una ligera mejoría al ánimo del pobre perro.
Pero en medio de todo el dolor, hubo una señal de progreso. Comenzó a mostrar apetito, ansia de comida, lo que fue una gran señal para su recuperación.
La madre adoptiva se alegró al saber que poco a poco estaba recuperando sus fuerzas. Día tras día, mejoró. Se volvió más alerta y empezó a comer bien. Era imposible no sentir una profunda tristeza por el sufrimiento que había soportado. Pero junto a la tristeza, también había esperanza, ya que mostró la increíble resiliencia y capacidad de curación que poseen los animales.